Ciudad de Panamá, con su vibrante energía y su constante evolución, ha sido hogar de muchos símbolos icónicos. Entre ellos, pocos son tan memorables y queridos (o a veces vilipendiados) como los «Diablos Rojos»: los autobuses de transporte público que, por décadas, fueron el corazón pulsante de la movilidad urbana. Más allá de su función práctica, estos autobuses pintados con colores audaces y decorados con arte popular, se convirtieron en una expresión cultural rodante, un fenómeno que marcó una era en la capital panameña.
Originarios de autobuses escolares estadounidenses que, tras una vida útil, eran importados a Panamá, los Diablos Rojos fueron transformados por sus propietarios y conductores en obras de arte móvil. Cada bus era único. Desde la pintura base, que iba desde azules eléctricos hasta rojos fuego, hasta los elaborados murales que adornaban sus carrocerías: retratos de figuras religiosas, ídolos de la música, paisajes exóticos, o frases ingeniosas y filosóficas. El interior no se quedaba atrás, con luces de neón, altavoces potentes y asientos tapizados con patrones llamativos.
Estos vehículos no eran solo un medio de transporte; eran una extensión de la personalidad de sus dueños, una expresión de la cultura popular panameña. Los nombres que llevaban en sus frentes – «El Consentido», «La Poderosa», «El Rey del Camino» – reflejaban la relación casi personal que se establecía entre el bus y su tripulación.